Bueno, pues ya estábamos en la misma situación que hace casi dos años: embarazados. Sinceramente, si quedarte embarazado da miedo, imaginad volver a quedarse embarazados despúes de haber sufrido un aborto. Todo era estar pendiente de L, de cualquier dolor, molestia o mancha. Fueron días y noches de muchos nervios, casi sin hablar del tema pero teniéndolo presente a cada momento, hasta el día de la ecografía de las seis semanas.
Entramos en el segundo mes. Primera ecografía, la de las seis semanas. L va sola a la ginecóloga y no porque yo sea el el peor novio, marido o pareja, tenía compromisos ineludibles, pero os juro que era un manojo de nervios y no dejaba de enviarle mensajes preguntado como había ido. No me quiso contar nada hasta llegar a casa por la noche. Vaya día pasé, y luego el malo soy yo.
Ya en casa me contó, con todo, y digo todo, lujo de detalles como le habían hecho la ecografía transvaginal, pero a mi sólo me importaba cómo estaba ella y cómo estaba el bebé o como quieran llamarlo en ese momento. Todo estaba bien, el útero estaba perfecto tras la operación y el embrión se había “agarrado” con fuerza. Suspiro de tranquilidad. Sólo se veía un puntito, pero era nuestro puntito. Tendríamos que volver en quince días.
Ya comenzaba a notar ciertos indicios del embarazo en mi chica, algunos agradables, sobre todo para nosotros los chicos, como el aumento del pecho y unos acercamientos íntimos que se producían de manera continuada, y otros no tan gratos, como los cambios de humor o los lloros. Y uno muy curioso, y podéis comprobar que no me lo invento, es su reacción automática al ver a una madre con su bebé: cabeza ladeada, boca medio abierta y comentario monosilábico: “Oooooh”...
miércoles, 29 de febrero de 2012
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