12 semanas. Nueva ecografía. Vuelve a ser impresionante, ya empieza a parecer una persona, o mejor dicho una especie de alien, pero a ambos se nos queda una perfecta cara de idiotas. No os asustéis si el ecógrafo mira y mira la pantalla sin decir nada y poniendo caras, la sensación de pánico os abandonará en cuanto pronuncia las palabras mágicas: “bueno, pues todo perfecto”. ¿Y para eso diez minutos de gestos y silencios que parecían indicar que en vez de un bebé estaba viendo una peli de Tarantino? Hombre un poquito de consideración con los acongojados padres.
El caso es que estaba perfecto, sus dos piernas, dos brazos, diez dedos... y dos grandes bultitos que indican que es un heredero. Bueno no tan grandes, ya sabéis, amor de padre. Volvemos a casa contentos, sin dejar de tocar la barriga de L y pensando ya en nombres. Asunto complicado. Si hubiesen dicho que era niña ya lo teníamos: Elena. Pero no, ya desde muy pequeños les gusta fastidiar a los padres, así que a pensar nombres de chico.
En cuanto a L, sufre un cambio en los síntomas. Deja de tener tanto sueño y ya casi no le afectan los olores, pero surgen nuevos indicios de que el embarazo sigue su curso: el hambre. Tiene un hambre feroz, a todas horas, pero lo más curioso es que luego no come mucho, un poquito de picoteo y listo. Y es curioso también que, si le preguntas a las horas de las comidas si quiere comer ya, siempre responde que aún aguanta un poco. Falso. A los 3 minutos exactos grita pidiendo comida como si estuviese participando en Supervivientes. Supongo que de ahí lo aprenden los hijos.
Otro síntoma es el despiste. L puede ser más o menos despistada, pero desde que está embarazada hace cosas raras, como hacerme creer que tenemos cita en el veterinario un sábado a las nueve de la mañana o que el día de una revisión rutinaria tenemos que estar dos horas antes en el médico para recoger unos análisis. Ninguno de los dos casos era cierto, pero claro no puedes decirle nada porque los cambios de humor no desaparecen y corres el riesgo de oír que es que tu no te ocupas de nada y por eso no te equivocas nunca. Lo que no sabe es que lo entiendo, como para echarle en cara algo con lo que tiene encima.
Así llegamos a las navidades, que se convierten en algo especial porque recibes regalos que, seguro, tu no habías escrito en la carta a los Reyes Magos: ropa de bebé, libros sobre cómo ser buen padre, biberones de broma... Lo malo de estas fechas es que a L no le gustan mucho por motivos familiares y encima le regalan un jamón que, lógicamente, no puede comer. Pero inexplicablemente está contenta y se come más de media fuente de langostinos, bien cocidos previamente.
Otra cosa curiosa, que no se si ocurre en todas las parejas embarazadas, es la proliferación de amigos que están en la misma situación. En mi equipo de fútbol estamos cuatro embarazados con un mes de diferencia, lo cual no convierte las cañas de después del partido en una tertulia sobre las patadas que nos han dado o el gol que ha fallado fulano. No, se convierte en una animada charla sobre si son niños o niñas, que carrito va comprar cada uno, lo impresionante que son las ecografías o como lo está llevando cada madre. A los cuatro nos une, además del embarazo y el fútbol, que todos hemos cogido algún kilo de más. ¿También estamos comiendo por dos? Si alguien tiene una explicación, por favor que me la de.
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